En el Día Mundial de la Salud Mental y a propósito de los trastornos mentales, alguien puso el dedo en la llaga de una verdad nada cómoda. Se trata de una tendencia que pone en duda el trabajo que se puede hacer desde la psicología y psiquiatría. Ni especialistas ni pacientes de Puebla y todo el mundo pueden escapar de los signos de interrogación para las enfermedades. Suena absurdo imaginar que los males de la salud mental no existan, pero hay quien se ha atrevido a cuestionarlo. ¿Pero cómo y por qué se inventarían las enfermedades? La respuesta está en el negocio perverso de las empresas farmacéuticas.
A propósito de la conmemoración de esta fecha internacional, el diario español El País publicó una entrevista con Allen Frances. Al médico estadounidense le tocó por años, dirigir el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM), biblia de psiquiatras que describe patologías. Pero para 2014, publicó su propio libro ¿Somos todos enfermos mentales?, en el que hizo críticas al DSM como referente. Su preocupación, expone en el texto, es que a pesar de ser un documento relevante favorezca el medicalizar la vida. Con esto, el especialista critica de alguna forma las ediciones y el trabajo de sus colaboradores en diseñar el manual.
La entrevista con Frances parte de cómo puede ir en contra de lo que él realizó durante varios años. Así, comienza por explicar que, mientras estuvo al frente del DSM sólo introdujeron 2 de los 94 nuevos trastornos mentales sugeridos. Las siguientes ediciones, sin embargo fueron peores pues los especialistas no supieron prever el juego al que juegan las farmacéuticas. Desde estas empresa, explica, se ha hecho creer a médicos, pacientes y familiares que los trastornos psiquiátricos tienen curas químicas. La consecuencia, detalla, es la inflación y la hiperinflación de diagnósticos, sobre todo en el caso de la psiquiatría infantil.
Crecieron tanto las patologías en el DSM, relata, que hasta en broma él se veía con males de los nuevos. Olvida frecuentemente las cosas y entonces entraría en la predemencia, dado que a veces come mucho, sería también comedor compulsivo. Hasta con la muerte de su esposa y lo que le dejó, fue Frances irónico al justificar una posible depresión. En resumen, le dijo al País, el problema raya en lo absurdo al convertir problemas cotidianos en varios trastornos mentales, Y todo, claro, con el ente señalado desde un principio: la industria farmacéutica y sus intereses comerciales para nada éticos.
A la gente, relata, se le hace creer que los problemas de la vida se resuelven con píldoras, pero no. Estas en realidad, explica Frances, sirven pero para hacer frente a trastornos realmente severos y persistentes que provocan una discapacidad. Intentar resolver lo cotidiano con pastillas, por otro lado, puede dejar más daños que beneficios e incluso incidir en delitos. Y es que a la par de los diagnósticos favorecedores a la industria farmacéutica, el medicalizar ayuda al mercado negro. Tan sólo en Estados Unidos, detalla, 30 por ciento de universitarios y 10 en secundaria adquieren así píldoras para animarse. Con esas tendencias en el país vecino es de esperarse que en México y Puebla opere también el mercado negro.
Una alternativa que Frances propone para hacer frente a ese avance de las farmacéuticas en volver a las bases educativas. Por otro lado, señala el autor, vale la pena voltear a ver la capacidad de resilencia, histórica en el hombre. Ahí esta Irak, ahorita, dice y la gente por mucho que sufra está luchando por sobrevivir en sus vidas complicadas. Vivir una vida hecha a mano, sugiere, sin embargo, reducirá nuestra resistencia al estrés e incidirá también en nuestra seguridad.
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